Mar
2
Feb
2016
Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel

Primera lectura

Lectura del libro de Malaquías 3,1-4:

Esto dice el Señor Dios:
«Voy a enviar a mi mensajero para que prepare el camino ante mí.

De repente llegará a su santuario el Señor a quien vosotros andáis buscando; y el mensajero de la alianza en quien os regocijáis, mirad que está llegando, dice el Señor del universo.

¿Quién resistirá el día de su llegada? ¿Quién se mantendrá en pie ante su mirada?

Pues es como fuego de fundidor, como lejía de lavandero. Se sentará como fundidor que refina la plata; refinará a los levitas y los acrisolará como oro y plata, y el Señor recibirá ofrenda y oblación justas.

Entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén, como en tiempos pasados, como antaño».

Salmo de hoy

Salmo 23 R/. El Señor, Dios de los ejércitos, es el Rey de la gloria.

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las puertas eternales:
va a entrar el Rey de la gloria. R/.

¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, héroe valeroso,
el Señor, valeroso en la batalla. R/.

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las puertas eternales:
va a entrar el Rey de la gloria. R/.

¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, Dios del universo,
él es el Rey de la gloria. R/.

Segunda lectura

Lectura de la carta a los Hebreos 2,14-18

Lo mismo que los hijos participan de la carne y de la sangre, así también participó Jesús de nuestra carne y sangre, para aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al diablo, y liberar a cuantos, por miedo a la muerte, pasaban la vida entera como esclavos.

Notad que tiende una mano a los hijos de Abrahán, no a los ángeles. Por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser sumo sacerdote misericordioso y fiel en lo que a Dios se refiere, y expiar los pecados del pueblo. Pues, por el hecho de haber padecido sufriendo la tentación, puede auxiliar a los que son tentados.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Lucas 2,22-40

Cuando se cumplieron los días de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones».

Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.

Y cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo acostumbrado según la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:

«Ahora, Señor, según tu promesa,
puedes dejar a tu siervo irse en paz.
Porque mis ojos han visto a tu Salvador,
a quien has presentado ante todos los pueblos:
luz para alumbrar a las naciones
y gloria de tu pueblo Israel».

Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: «Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción —y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones».

Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, ya muy avanzada en años. De joven había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día. Presentándose en aquel momento, alababa también a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.

Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño, por su parte, iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él.

Reflexión del Evangelio de hoy

Malaquías en la primera lectura ayuda a comprender mejor lo que celebramos en esta fiesta del Señor. Habla de cómo el enviado por Dios se haga presente en el lugar santo por excelencia, el templo. Su entrada servirá para purificar, para refinar y hacer visible la ofrenda que se quiera presentar en el templo a Dios. Jesús, es el enviado del Padre y entra en el templo en los brazos de su madre. El será quien purifique y limpie. Así lo entiende proféticamente el anciano Simeón que ve realizado su sueño: ver al “Salvador presentado ante todos los pueblos, luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”. Episodio relevante que se realiza de manera sencilla, como se presentaba en el templo a cualquier primogénito, porque como dice la carta a los Hebreos “tenía que parecerse en todo a sus hermanos…”, a los “hijos de Abrahán, no a los ángeles”. Nada había que purificar, María estaba limpia; nada que ofrecer, su Hijo ya se había ofrecido al Padre: “aquí estoy para hacer tu voluntad”, en el inicio de su existencia, como señala la carta a los Hebreos. Pero Simeón, Ana, profetas, intuyen el misterio de quién es el Niño. “Luz para los pueblos, gloria de Israel”. Pero, sin embargo, será bandera discutida. Eso pertenece a la realidad humana que el Niño asumió: el ser humano no acepta fácilmente a quien le engrandece, a quien entiende la vida como don no como triunfo individual, no acepta la vadera de la misericordia y el amor. Se establecerá, así, la división entre quienes aceptan a Jesús como referencia y aquellos a quienes molesta su presencia. Y María lo sufrirá el rechazo de su hijo. Día de las candelas, día de la luz que ha de ayudarnos a ver “la actitud de nuestro corazón”, a considerar qué nos mueve en la vida y qué bandera enarbolamos: la de la luz del Salvador, que se refleja en la vida e ilumina a los demás, o la de quienes se resisten a esa luz y buscan la oscuridad de un yo como agujero negro que se traga la misma luz y vive en opacidad egoísta, cerrado en sí mismo.

Terminamos en este día el año dedicado a la vida consagrada. ¿Qué dice esta fiesta a la vida consagrada? Como Jesús, el consagrado es alguien que es presentado ante Dios, ofrecido a él, como el Niño Jesús; Dios lo devuelve a los hombres y mujeres para ayudarles a humanizar su vida, para ser luz que alerte de la grandeza de la condición humana. La vida consagrada pretende significar con su estado peculiar en la Iglesia, con su estilo de vida, los valores propios de la condición humana a la luz del evangelio. Es una apuesta por Cristo, enarbola la bandera de Cristo, en medio a veces de una sociedad que no les entiende, o les es hostil, bandera discutida. En Cristo ve la luz que ilumina lo que es el ser humano y lo proclama el consagrado con su estilo de vida, que quiere reiterar el de Jesús: la obediencia al Padre para entregarse a los hombres, la pobreza como estilo de vida y el amor célibe como símbolo del amor entrega, generador de amistad, de proximidad afectiva.