Lun
25
Jul
2016
El Señor tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros

Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 4, 33; 5, 12. 27b-33; 12, 2

En aquellos días, los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor. Y se los miraba a todos con mucho agrado.
Por mano de los apóstoles se realizaban muchos signos y prodigios en medio del pueblo.
Todos se reunían con un mismo espíritu en el pórtico de Salomón.
Les hicieron comparecer ante el Sanedrín y el sumo sacerdote los interrogó, diciendo:
«¿No os habíamos ordenado formalmente no enseñar en ese nombre? En cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre».
Pedro y los apóstoles replicaron:
«Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. Dios lo ha exaltado con su diestra, haciéndolo jefe y salvador, para otorgar a Israel la conversión y el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que lo obedecen».
Ellos, al oír esto, se consumían de rabia y trataban de matarlos.
El rey Herodes hizo pasar a cuchillo a Santiago, hermano de Juan.

Salmo de hoy

Salmo 66, 2-3. 5. 7-8 R/. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben

El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación. R/.

Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
y gobiernas las naciones de la tierra. R/.

La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
todos los confines de la tierra. R/.

Segunda lectura

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 4, 7-15

Hermanos:
Llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros:
Atribulados en todo, mas no aplastados; apurados, mas no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, mas no aniquilados, llevando siempre y en todas partes en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo.
Pues, mientras vivimos, continuamente nos están entregando a la muerte por causa de Jesús; para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De este modo, la muerte actúa en nosotros, y la vida en vosotros.
Pero teniendo el mismo espíritu de fe, según lo que está escrito: «Creí, por eso hablé», también nosotros creemos y por eso hablamos; sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús también nos resucitará a nosotros con Jesús y nos presentará con vosotros ante él.
Pues todo esto es para vuestro bien, a fin de que cuantos más reciban la gracia, mayor sea el agradecimiento, para gloria de Dios.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Mateo 20, 20-28

En aquel tiempo, se acercó a Jesús la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos y se postró para hacerle una petición.
Él le preguntó:
«¿Qué deseas?».
Ella contestó:
«Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda».
Pero Jesús replicó:
«No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?».
Contestaron:
«Podemos».
Él les dijo:
«Mi cáliz lo beberéis; pero sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre».
Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra los dos hermanos. Y llamándolos, Jesús les dijo:
«Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo.
Igual que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos».

Reflexión del Evangelio de hoy

  • «El tesoro del ministerio lo llevamos en vasijas de barro, para que vean que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros»

Pablo está convencido de que «un crucificado» es el mensajero más apto del Crucificado.

Dios ha dejado el tesoro de la misión, del ministerio, en manos de seres imperfectos, inacabados, rotos… como nosotros. Incomprensible, porque a menudo pensamos que nuestra fragilidad y nuestra vulnerabilidad son negativas. No acabamos de entender que precisamente nuestra condición de seres reales, siempre en proceso, siempre aprendiendo, en los que Dios continúa trabajando, nos facilita poder proyectar esperanza a una humanidad rota y necesitada de Dios… porque somos los primeros en necesitar la esperanza. No acabamos de entender que somos «sanadores heridos» y que nuestra propia debilidad es la que nos lleva a poder ser de ayuda y bendición a otros colaborando así con Jesús en que sus heridas sean sanadas… porque somos los primeros en necesitar que se nos curen las heridas. Y cuando intentamos dar al mundo la imagen de seres perfectos, «únicos» poseedores de la verdad… levantamos barreras en lugar de tender puentes. No acabamos de entender que Dios nos ama tanto que sigue confiando en nosotros, como somos, y dejando su tesoro en nuestras vasijas de barro. No acabamos de entender que Dios siempre hace las cosas bien.

  • «El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo»

La lucha por el poder y las intrigas que conlleva, forma parte de nuestra condición humana y, por tanto, existen en todas las sociedades. Los apóstoles tampoco escaparon a ellas. Querían ser los primeros en el Reino de Dios porque, aún, lo equiparaban a los reinos humanos. Seguían sin darse cuenta que el Reino del que Jesús hablaba era, y es, algo muy distinto a cualquier reino de la tierra. Que el principio determinante en el reino de Dios, no son los honores, las riquezas, las influencias, los puestos, las ventajas… el poder en definitiva, sino el servicio a los demás.

Jesús es radical. No dice simplemente que hay que gobernar de otro modo. Va más lejos: si alguien quiere ser jefe tendrá que ser servidor y, aún más, hasta esclavo. Servicio como oposición a dominio, de la mano siempre de la justicia y el amor. «Beber de su mismo cáliz», marchar por el camino del Maestro que no vino a ser servido, sino a servir, proyectar la existencia entera como donación. Y esto no es ni sencillo ni inmediato sino fruto de un trabajo constante, de un empeño responsable por superar contradicciones, rechazos, soledades o humillaciones y por superarse día a día. Sin duda no es fácil comprenderlo ni aceptarlo. Tampoco lo fue para los discípulos. Pero tenemos la fuerza y la confianza de Dios.

¿Qué significa para cada uno de nosotros ser una vasija de barro portadora de un tesoro?
¿Qué tentaciones de poder o de honor nos amenazan? ¿Cómo reconvertirlas en servicio a los demás?