Dom
3
Jul
2016

Homilía XIV Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2015 - 2016 - (Ciclo C)

¡Poneos en camino!

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

El Papa Francisco el pasado 4 de mayo afirmó: "corremos el peligro de encerrarnos dentro de un redil, donde no habrá olor de oveja sino olor a encierro. ¿Y los cristianos? No debemos ser cerrados, porque tendremos el olor de las cosas cerradas. ¡Nunca! Hay que salir y no cerrarse en sí mismo, en las pequeñas comunidades, en la parroquia, considerándose 'los justos'. Esto sucede cuando falta el impulso misionero que nos lleva al encuentro de los demás."

Continuamos con la lectura del Evangelio según San Lucas (10, 1-12.17-20). Hoy es el relato del envío de los setenta y dos discípulos, o seguidores del Maestro, que Lucas distingue del envío de los Doce Apóstoles, o Enviados (9,1-5), pero que tiene bastantes elementos comunes y siguen el modelo de los profetas itinerantes veterotestamentarios: austeridad y sencillez, confianza en Dios que es quien ha elegido y envía, que es quien hace crecer y fructificar, etc.

Y es que a partir de la Resurrección del Maestro y por mandato suyo, sus seguidores o somos evangelizadores o no somos nada. La evangelización es la vocación propia de la Iglesia de Jesucristo, de cada uno de sus miembros.

Pero ¿qué es evangelizar? Es un proceso que tiene un conjunto de elementos complementarios y mutuamente enriquecedores: la proclamación de la Buena Nueva de Jesucristo mediante el testimonio de vida, acompañada por del anuncio explícito, que lleva a la adhesión del corazón expresada por la entrada en la comunidad cristiana acogiendo los signos sacramentales y que lleva a la tarea evangelizadora.

En ella tiene una importancia primordial el testimonio de vida, claro y elocuente, sin palabras, que hace plantearse a los que lo contemplan: ¿por qué son así? ¿por qué viven de esta manera? ¿qué es o quién es el que los inspira? ¿por qué están con nosotros?

En ocasiones los evangelizadores se quejan de la falta de resultados, de la poca eficacia de su tarea y con escaso espíritu de autocrítica hablan negativamente del rechazo de la sociedad actual, de….etc. Pero no deben olvidar el refrán mencionado por el mismo Jesús: “uno es el sembrador, otro el segador” (Jn 4,37); además es que únicamente Dios es quien hacer creer, fructificar lo sembrado porque "ni el que planta es algo, ni el que riega. Sino Dios que hace crecer" (1 Co 3,7). Así pues, lo que todos los cristianos están llamados a hacer es sembrar. Segar es una gracia que solo se concede a algunos.

Sin duda, la evangelización es una tarea apasionante, pero no es fácil. En muchas ocasiones no aparecen los resultados esperados. ¿Significa esto que no es eficaz? De ningún modo. Significa que los resultados aparecen cuando menos se esperan, pues será en la hora de Dios.

La Segunda Lectura (Gal 6, 14-18) hablaba de la espiritualidad cristiana ante las dificultades, ante las cruces. Espiritualidad que no es negativa. Todo lo contrario: tiene como finalidad ir alumbrando constantemente un tipo nuevo de ser humano. Sin esta dolorosa y gloriosa apertura a lo nuevo venga de donde venga, el Cristianismo se desnaturaliza y se hace inhumano e insoportable.

Por otra parte, en la Primera Lectura (Is 66, 10-14c) la insignificante y apocada comunidad de repatriados oye de su profeta una palabra de aliento, creadora de esperanza. La Jerusalén del futuro es vista por él como una madre que sin dolor pare hijos numerosos y los cubre de su cariño. Los que por ella sufrieron en la humillación, podrán hacerle fiesta; lo harán todos los pueblos. El simbolismo del amor filial y maternal habla de Dios, anuncia paz, ensancha la esperanza y hace sentir su presencia salvadora. Y ello es lo que se debe proponer en la evangelización.

Cuando se pregunta por la eficacia de ella, no se puede medir con los actuales criterios de marketing, o sea en sus resultados inmediatos o deslumbrantes, aunque estos evidentemente gustan, pero pueden ser muy engañosos por su superficialidad y por ser momentáneos. Lo lógico es que sean a largo plazo, porque la auténtica adhesión de corazón requiere tiempo, implica desprenderse de muchas ideas y actitudes, es un cambio radical de vida. La fe cristiana necesita tiempo para madurar. Jesús nos pone en guardia contra nuestras impaciencias, a veces calificadas de “divinas, santas”. Él no quiere que se arranque la cizaña antes de hora, como pretenden sus discípulos. Hay que dar tiempo al crecimiento. Solo en la hora final será posible la siega y la separación (cf. Mt 13,24-30).

Como dice el Papa Francisco no debemos obsesionarnos por los resultados inmediatos. Tenemos que estar dispuestos a soportar con paciencia situaciones difíciles y adversas, o los cambios de planes que impone el dinamismo de la realidad. Pero hay más: tenemos que saber que Dios puede actuar en medio de aparentes fracasos. La fecundidad es muchas veces invisible, “no puede ser contabilizada. Uno sabe bien que su vida dará frutos, pero sin pretender saber cómo, ni dónde, ni cuándo... A veces nos parece que nuestra tarea no ha logrado ningún resultado, pero la misión no es un negocio ni un proyecto empresarial, no es tampoco una organización humanitaria, no es un espectáculo para contar cuánta gente asistió gracias a nuestra propaganda; es algo mucho más profundo que escapa a toda medida. Quizás el Señor toma nuestra entrega para derramar bendiciones en otro lugar del mundo donde nosotros nunca iremos” (Papa Francisco, Evangelii gaudium, 279).

Sin olvidar nunca que, como cristianos y como comunidad cristiana, hemos de ser también permanentemente evangelizados, hemos de dejar que la luz del Evangelio ilumine nuestras vidas en sus zonas luminosas y en sus claroscuros.