Dom
31
Jul
2016

Homilía XVIII Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2015 - 2016 - (Ciclo C)

Guardaos de toda clase de codicia

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

  • “Dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia” (Lc 12, 13)

En tiempos de Jesús las capas sociales se iban separando cada vez más. Cosa no extraña para nosotros, ya en nuestra sociedad del siglo XXI, la pobreza va en aumento a costa de concentrar riqueza unos pocos. Resultado: menos ricos con más dinero y bienes, y más pobres, más empobrecidos, sin los necesario para vivir.

El cristiano que sigue las pautas del Maestro, está obligado a poner remedio a la escalada de separación diferenciadora de las capas sociales. Los habitantes del mundo estamos obligados a repartir la herencia de Dios Padre entre todos.

Los excluidos, los descartados (palabra muy usada hoy en día), los marginados, los inútiles, los expulsados del ciclo de salida de la pobreza, los invisibles a la economía y tantos otros, son aquellos a los que les ha arrebatado su parte de herencia del mundo el insensato rico.

La necedad del insensato, la del que solo sabe hacer monólogos y hablar en primera persona, le lleva únicamente a derribar almacenes y aumentar sus graneros como único fin último de su vida. No está dentro de su óptica la parte de herencia de sus trabajadores, de los excluidos, de los invisibles porque la palabra solidaridad, no la conoce.

Jesús en el evangelio de hoy, invita a no vivir pensando solamente en uno mismo, actitud propia del rico. La sensatez, la justicia, la solidaridad, y en último extremo la caridad serán razón de felicidad para uno y para los otros. La verdadera riqueza nace de la experiencia de Dios en cada uno.

Las riquezas endurecen el corazón y apartan de los hermanos. Es el peligro al que estamos expuestos si no vemos en el prójimo a Dios, “que hace salir el sol para buenos y malos” (Mt. 5, 45).

Si por ley natural la propiedad privada es legítima, ello no obsta que sea ampliada por la razón humana en beneficio de justicia social. El compromiso solidario de compartir es argumento de la recta razón. Quien no es solidario tiene el corazón encallecido y su razón enturbiada por el egoísmo devorador.

  • “Hay quien trabaja con ciencia y acierto, y tiene que dejarle su porción a uno que no trabaja” (Ecl 2, 21)

El verdadero discípulo de Jesús, no tiene que sentir vanidad ni sin sentido cuando deja parte de lo suyo para ayudar al que no trabaja. Quien trabaja con sabiduría (amasa riqueza) y comparte su labor con el que no tiene (que es el que amasa pobreza), vive con la alegría de quien invierte, cambia, la desigualdad, de tal modo que su actuación nivela la sociedad, produce bien estar y hace presente en el mundo el Reino de Dios.

El intercambio desigual del trabajo, la extorsión del dinero, y/o explotación del pobre por el rico (mano de obra barata) como forma de obtener múltiples beneficios, dan como resultado la creación de necesidades-innecesarias, -a veces inalcanzables-, que dejan constantemente insatisfecho el corazón, del hombre hoy.

  • “¡No os mintáis unos a otros!” (Col 3, 9)

Pensar en servir a Dios y al dinero a la vez (cfr. Lc. 16, 13) es contrario a la máxima evangélica, implica mentirse a sí mismo, y los demás. Vivir solamente con valores del mundo, como la codicia, la avaricia, las pasiones, etc., refleja no estar revestido de Cristo y por tanto vivir mintiendo humana y espiritualmente.

Pablo en su carta a los Colosenses elimina toda distinción. Cuando se ha resucitado con Cristo se busca agradar al Cristo, y al prójimo, y así aspirar a los bienes del cielo, sirviéndose de los tierra, con justicia y caridad. Eso sí que es es vivir en verdad.

La corrupción, tan corriente y normal en nuestros días, raro es el día que no hace su presencia en el escenario del escándalo, está fundamentada en la mentira. El corrupto solo busca agradarse a sí mismo y, a veces por equivoco invita a sus allegados a entrar en su círculo como treta de silenciar la mentira.

Querido lector, como cristianos que somos, estamos llamados a cambiar nuestro mundo. La fe y la confianza en la fuerza del evangelio, nos animan e impulsan a llevar la verdad y la alegría, de Cristo resucitado (el incorruptible) a nuestro trabajo, familia, amigos, y a todos en general.

Compartamos esa verdad y alegría que nos dará como fruto es la Paz del Señor Resucitado en nuestro corazón.