El Génesis y la espiritualidad patriarcal

El libro del Génesis recoge un conjunto de antiguas tradiciones hebreas cuya última redacción se efectuó en el siglo V a.C., tras el regreso de Babilonia


El libro del Génesis recoge un conjunto de antiquísimas tradiciones hebreas cuya última redacción se efectuó en el siglo V a.C., tras el regreso del exilio de Babilonia. Si bien carece de base histórica en los once primeros capítulos –desde la creación hasta la dispersión de la raza humana tras el episodio de la torre de Babel– y es muy escasa en los siguientes capítulos –las historias patriarcales, situadas en el siglo XVIII a.C.–, es incuestionable la verdad acerca de la esencia y fundamento del ser humano que narran estas tradiciones, que nos es revelada por el Espíritu Santo.

¿Qué dice el libro de Génesis?

Aunque la Biblia aporta importantes datos históricos, no es un libro de historia de rigor académico, ni pretende serlo. Es, ante todo, un texto religioso que transmite la verdad revelada por Dios. Y lo hace de diferentes formas: con poesías, fábulas, narraciones, etc. Los datos históricos que en la Biblia podemos encontrar han sido puestos al servicio de la transmisión de la verdad revelada. Por ello, en ciertas ocasiones, aparecen distorsionados, ya sea con exageraciones, omisiones o añadidos. Porque la verdad más profunda y cierta no viene dada por la historicidad de un relato, sino por lo que el Espíritu Santo nos transmite por medio de dicho relato.

El Génesis comienza hablándonos de cómo Dios creó el mundo y en él hizo un Paraíso, donde situó al ser humano para que viviese junto a Él en un ambiente de amor, paz y felicidad (cf. Gn 1-2). Es el misterio de la Creación. Pero el ser humano hizo un uso indebido de la libertad que Dios le dio, y en vez de disfrutar de todo lo que le había dado, intentó ser como Dios, por ello Él le expulsó del Paraíso (cf. Gn 3).

En cierto modo, podríamos decir que ésta es una vivencia universal que todos compartimos: Dios nos ha hecho capaces de vivir con Él en el «paraíso» de nuestro corazón, pero en lugar de aceptar esta invitación, algo nos impulsa a ser el «dios» de nuestra vida. Éste es, en esencia, el pecado original con el que todos nacemos y del que somos perdonados en el Bautismo. Los que vencen esta tentación y se dejan guiar por el Espíritu divino, pueden disfrutar de la presencia de Dios en su vida terrena. Se trata de una vivencia limitada del Reino de Dios, pues está sujeta a las imperfecciones humanas. Pero sabemos que alcanzará su plenitud en la otra vida, tras la resurrección.

¿Cómo era la espiritualidad patriarcal del Antiguo Testamento?

La espiritualidad del Antiguo Testamento está asentada en la relación que mantuvieron con Dios tres grandes personajes: Abraham, su hijo Isaac y su nieto Jacob. Son los llamados patriarcas o padres del pueblo de Israel, pues son sus precursores. En esta trilogía hay un momento fundacional que da sentido a todo lo que sucedió después: Dios le promete a Abraham que hará de su descendencia una gran nación, pero para ello tiene que desprenderse de algo muy importante:

«El Señor dijo a Abraham: “Deja tu tierra natal y la casa de tu padre, y ve al país que yo te mostraré. Yo haré de ti una gran nación y te bendeciré; engrandeceré tu nombre y serás una bendición. Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a los que te maldigan, y por ti se bendecirán todos los pueblos de la tierra”.

Abraham partió, como el Señor se lo había ordenado, y Lot se fue con él. Cuando salió de Jarán, Abraham tenía setenta y cinco años» (Gn 12,1-5).

¿Quién fue y qué hizo Abraham?

Abraham, haciendo un buen uso de su libertad, optó por ser fiel a Dios. Y lo hizo a pesar de que tuvo que dejar su tierra –es decir, sus seguridades y comodidades– para aventurarse en un misterioso y duro camino. Pero Abraham creyó y obedeció en todo a Dios y así se convirtió en el padre del pueblo de Israel. Ésta será, en efecto, una gran nación, pero no por su poderío político, económico o militar, sino por su espiritualidad, mucho más profunda y verdadera que la de los pueblos vecinos.

La obediencia de Abraham se basa en su fe inquebrantable en la promesa que Dios le ha hecho. El elemento clave de la espiritualidad patriarcal es la fe. Gracias a ella, los patriarcas sentían a Dios muy cercano y familiar, aunque sabían que es un ser infinitamente superior a ellos: por eso sus decisiones son a veces incomprensibles, como cuando Dios le pidió a Abraham que sacrificase a su único hijo, Isaac.

Pero todo cobró sentido cuando Dios envió a un ángel para que evitase el crimen, revelando el verdadero sentido de esa orden: probar la fe de Abraham (cf. Gn 22,1-19). Cuántas veces en nuestra vida, ante hechos que aparentemente s ilógicos, sentimos cómo Dios pone a prueba nuestra fidelidad a Él. Porque, sin fe, nuestra relación con Dios pasa a ser una simple superstición o una mera idolatría.

La historia patriarcal concluye con los doce hijos de Jacob viviendo en Egipto. Son el origen de las doce tribus de Israel, que crecieron y se desarrollaron durante cuatro siglos en aquel país, donde vivieron como esclavos hasta que llegó el momento de su liberación.