Autores de las órdenes mendicantes

Exploramos la influencia de San Francisco, Santo Tomás de Aquino y Santo Domingo junto con las monjas de Helfta, la espiritualidad y la teología del gótico


Los principales autores espirituales de este periodo los encontramos en las Órdenes mendicantes. También en Helfta, un monasterio de monjas cistercienses. Figuras como San Francisco de Asís y Santo Tomás de Aquino, junto con las monjas de Helfta, marcaron profundamente la espiritualidad y la teología.

San Francisco se destacó por su pobreza radical y su conexión con la naturaleza, mientras que Santo Tomás aportó una visión teológica basada en el amor y la razón. Las monjas de Helfta, gracias a su profundo amor a Jesús, contribuyeron a una espiritualidad mística.

El canto de las criaturas de san Francisco de Asis

Este santo siguió al pie de la letra aquello que le dijo Jesús al joven rico: «…ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme» (Mc 10,21). La pobreza radical era el modo que san Francisco tenía de caminar espiritualmente hacia Jesús. También destacó por su confraternización con los seres de la creación.

Hay un texto suyo muy conocido que para muchos es, aparte de los textos bíblicos, la más significativa oración sobre la contemplación de Dios en la naturaleza. Se trata del Cántico de las criaturas o Cántico del hermano sol:

«Altísimo, omnipotente, buen Señor, tuyas son las alabanzas, la gloria y el honor y toda bendición. A ti solo, Altísimo, corresponden, y ningún hombre es digno de hacer de ti mención.

Loado seas, mi Señor, con todas tus criaturas, especialmente el señor hermano sol, el cual es día, y por el cual nos alumbras. Y él es bello y radiante con gran esplendor, de ti, Altísimo, lleva significación.

Loado seas, mi Señor, por la hermana luna y las estrellas, en el cielo las has formado luminosas y preciosas y bellas.

Loado seas, mi Señor, por el hermano viento, y por el aire y el nublado y el sereno y todo tiempo, por el cual a tus criaturas das sustento.

Loado seas, mi Señor, por la hermana agua, la cual es muy útil y humilde y preciosa y casta.

Loado seas, mi Señor, por el hermano fuego, por el cual alumbras la noche, y él es bello y alegre y robusto y fuerte.

Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la madre tierra, la cual nos sustenta y gobierna, y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba.

Loado seas, mi Señor, por aquellos que perdonan por tu amor, y soportan enfermedad y tribulación. Bienaventurados aquellos que las soporten en paz, porque por ti, Altísimo, coronados serán.

Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la muerte corporal, de la cual ningún hombre viviente puede escapar. ¡Ay de aquellos que mueran en pecado mortal!: bienaventurados aquellos a quienes encuentre en tu santísima voluntad, porque la muerte segunda no les hará mal.

Load y bendecid a mi Señor, y dadle gracias y servidle con gran humildad».

Si bien esta bellísima oración es de espiritualidad románica, pues se dirige a Jesús Pantocrátor por medio de los elementos de la creación, hemos visto más arriba que a san Francisco se le considera un gran impulsor de la espiritualidad gótica, por la mucha importancia que le da al Jesús pobre y sufriente de los evangelios: ahí se encuadra la espiritualidad de los belenes, con la que san Francisco nos anima a participar de la humildad, belleza y alegría del nacimiento del Niño Jesús, y la espiritualidad de las Cinco Llagas, en la que nos invita a compartir con Jesús su sufrimiento redentor.

Tomás de Aquino: una espiritualidad desde la razón y el amor

Siendo discípulo del dominico alemán san Alberto Magno (ca. 1200-1280), santo Tomás (ca. 1224-1274) es considerado como el autor cumbre de la teología escolástica. Ambos son Doctores de la Iglesia. La Suma Teológica de santo Tomás ha sido –y aún es– una de las obras teológicas de más referencia, por lo que la espiritualidad que hay en ella ha influido enormemente. Esta espiritualidad se apoya más en el pensamiento aristotélico que en el platónico, lo cual supone una gran novedad.

Según este autor «la contemplación es aquello que de un modo más directo nos hace amar a Dios» (Suma Teológica, II-II, 182, 2). Siguiendo el pensamiento aristotélico, la razón juega un papel muy importante en la contemplación, pues ha de guiar correctamente al amor.

Dicho de otro modo: sin la razón, el amor es ciego, y puede conducirnos a algo que no sea Dios, como por ejemplo: un ídolo, un falso profeta o nosotros mismos. Y si queremos que la razón guíe bien al amor, hemos de esforzarnos en formarla rectamente según el Evangelio.

Santo Tomás afirmaba que para amar algo, antes hay que conocerlo. Pero, una vez conocido, es preciso amarlo para poder conocerlo aún mejor. Pues bien, el conocimiento de Dios impulsado por el amor nos conduce a la más alta sabiduría. Es el llamado estudio por connaturalidad. Así lo explica santo Tomás:

«Y esa compenetración o connaturalidad con las cosas divinas proviene de la caridad que nos une con Dios, conforme al testimonio del Apóstol: “Quien se une a Dios, se hace un solo espíritu con Él” (1Cor 6,7). Así pues, la sabiduría como don, tiene su causa en la voluntad, es decir, en la caridad; su esencia, sin embargo, radica en el entendimiento, cuyo acto es juzgar rectamente, como ya hemos explicado (I q.79 a.3)»
(Suma Teológica, II-II, q.45, a.2)

En el pensamiento tomista, la espiritualidad está íntimamente ligada a la moral, de tal forma que nuestra relación con Dios ha de reflejarse en nuestras buenas obras, y viceversa, nuestras buenas obras mejoran nuestra relación con Dios. Por ello, según santo Tomás, el fruto de la verdadera espiritualidad es la caridad. Así, el amor, guiado por la recta razón, no sólo nos eleva hacia la unión con Dios, sino que, asimismo, ha de movernos a hacer el bien a los demás. Ésta es la esencia de la espiritualidad tomista.

Los Modos de orar de santo Domingo

La antropología aristotélica de santo Tomás es bastante acorde a la bíblica –de raíz hebrea–, pues ambas son monistas, es decir, ven al ser humano como una unidad. Según esto, toda nuestra persona es la que se comunica con Dios cuando oramos, no sólo una parte.

De ello es buena prueba la forma de orar de santo Domingo, a quien le gustaba pasar las noches en una iglesia orando mediante diferentes posturas y movimientos corporales, de tal forma que toda su persona oraba a la vez, en armonía. Así, lo que su corazón sentía, su mente lo pensaba, su boca lo proclamaba y su cuerpo lo expresaba gestualmente. Esto viene bellamente narrado en un pequeño texto con imágenes conocido como Los nueve modos de orar de santo Domingo (ca. 1280), que recoge el testimonio de frailes y monjas que le vieron rezar por las noches.

El gran interés de este texto radica en que son muy escasos los antiguos escritos de espiritualidad cristiana en los que se nos habla de la oración con el cuerpo. De los nueve modos de orar que se describen, dos son típicamente dominicanos: contemplar a Dios en el estudio y orar mientras se camina yendo de viaje, y los otros siete son posturas o movimientos.

No es que nosotros necesitemos movernos o adoptar una postura determinada para orar. Pero lo cierto es que cuando rezamos de verdad, sintiendo realmente lo que decimos a Dios, percibimos cómo toda nuestra persona ora en unidad.

Por ejemplo, cuando expresamos a Dios nuestro amor, sentimos que el cuerpo se esponja o se llena de ardor; cuando le suplicamos, nuestro cuerpo se tensa; y cuando le alabamos, notamos una cierta exaltación interior. Sin embargo, si nuestro cuerpo no acompaña a nuestra oración, ello puede ser señal de que no oramos en verdad y que le estamos diciendo a Dios algo que realmente no sentimos.

¿Quiénes eran las monjas de Helfta?

Gracias a la labor pastoral y espiritual que los dominicos ejercían en los monasterios de Holanda y Alemania en el siglo XIII, particularmente en los de benedictinas, cistercienses y dominicas, el nivel teológico y espiritual de éstas era bastante elevado. Concretamente, en la segunda mitad del siglo XIII, destacó la comunidad de las monjas cistercienses de Helfta, de cuyo acompañamiento espiritual se encargaban los frailes dominicos del cercano convento de Halle.

Las monjas de Helfta crearon un centro de teología con una buena biblioteca. Estudiaban artes (trívium y quadrivium), Sagradas Escrituras, patrística y teología escolástica, aprendían latín y griego, y recibían a grandes predicadores y teólogos para que las instruyesen. También tenían una escuela de música y se dedicaban a copiar libros.

Pero, sobre todo, aquellas monjas destacaron por su intensa relación espiritual con Jesús, que supieron expresar por escrito, mostrando diversos aspectos humanos y divinos de su amado Esposo y expresando ellas mismas sus propios sentimientos hacia Él. Ciertamente, este monasterio fue un importante centro místico. Destacan estas escritoras: santa Matilde de Magdeburgo (ca. 1212-1282), santa Matilde de Hackeborn (1241-1299) y santa Gertrudis la Grande (1256-1302).

Desgraciadamente, diversos problemas impidieron a la comunidad seguir con esta labor teológica y espiritual y, a finales del siglo XIII, esta escuela espiritual desapareció al fallecer sus principales figuras.