Influencia espiritual de Dionisio Areopagita y San Gregorio Magno

Descubre la espiritualidad de la contemplación en la acción, la de la teología mística, o los pecados capitales y quienes lo dieron a conocer.


En este apartado vamos a hablar principalmente de Dionisio Areopagita y san Gregorio Magno, pero no son los únicos autores que han dejado una importante huella espiritual durante este periodo. El autor ascético oriental más conocido es san Juan Clímaco (ca. 578-649), abad del famoso monasterio de Santa Catalina del Sinaí, que aún existe. Su gran obra es la Escala del Paraíso (ca. 640), de carácter fundamentalmente ascético.

En la Iglesia occidental destaca Juan Casiano (ca. 360-ca. 435), que conoció a grandes eremitas del desierto egipcio y cuya sabiduría supo plasmar en dos obras muy significativas: las Instituciones (ca. 420), que trata de aspectos ascéticos, y las Colaciones (ca. 420-430), que aborda temas místicos y es su obra más importante. Por medio de estos escritos, Casiano difundió la espiritualidad de los monjes del desierto en Europa occidental.

Pero el autor más influyente en Occidente es san Agustín de Hipona (354-430). Su espiritualidad, de corte platónico, es muy afectiva, pues se apoya sobre todo en el amor a Dios y al prójimo: «Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti» (Confesiones, 1, 1, 1). Su conversión personal, narrada por él mismo en sus Confesiones, es muy edificante:

«¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y he aquí que estabas dentro de mí y no fuera, y fuera te buscaba... rompiste mi sordera..., curaste mi ceguera..., exhalaste tu perfume y respiré..., me tocaste y me abrasé en tu paz» (10, 27, 38).

Dionisio Areopagita y la mística apofática

Se trata de un autor un tanto misterioso porque de él no se conoce ningún dato biográfico. Dado que dice llamarse «Dionisio Areopagita», haciendo referencia a una de las personas que san Pablo convirtió en el Areópago (cf. Hch 17,34), la Iglesia lo tuvo como un Padre apostólico y sus escritos fueron muy influyentes.

Pero la crítica literaria moderna ha demostrado que Dionisio es en realidad un autor neoplatónico que vivió probablemente en torno a los años 480-530. Por ello, de ser llamado «san Dionisio» pasó a ser denominado el «Pseudo-Dionisio», es decir, el «falso Dionisio», y su pensamiento quedó algo relegado. Actualmente se vuelve a tomar en consideración. Pues bien, en su obra Los nombres de Dios, Dionisio distingue tres tipos de teologías: simbólica, discursiva y mística, que son de gran importancia en espiritualidad, pues nos hablan de tres formas fundamentales de relacionarnos con Dios.

Teología símbólica o cómo relacionarnos con Dios a través de analogías

Así presenta Dionisio la primera forma:

«En la teología simbólica he tratado de las analogías que puedan tener con Dios los seres que nosotros observamos» (Teología mística, III, 1033 A)

Se trata de un método teológico muy sencillo, ideado para los principiantes, a los cuales se les pide que intenten acceder a Dios a partir de un elemento material que simbolice alguna cualidad divina.

Por ejemplo, dado que la belleza de un árbol nos habla de la belleza de su Creador, contemplando la belleza de un árbol, de modo simbólico contemplamos la belleza de Dios. Es decir, por simple referencia intuitiva, el conocimiento va derecho desde el objeto (el árbol) a Dios. Por ello, Dionisio considera que es bueno acceder a metáforas sugerentes y a símbolos sensibles que nos hablen de las maravillas divinas que escapan a nuestro conocimiento. Paradójicamente, este método teológico abre un acceso a Dios por medio de algo (el símbolo) que, en cierto sentido, es semejante a Dios, pero que, a su vez, es infinitamente diferente, pues Dios es infinito e inaccesible.

La teología discursiva o cómo llegar a Dios mediante la razón

El segundo tipo de teología, la discursiva, nos invita a comenzar nuestro ascenso a Dios en un objeto que captan nuestros sentidos, de tal forma que, razonando en torno a un concepto –o principio universal– que vemos en ese objeto, ascendemos razonadamente a la fuente de dicho concepto, que es Dios.

El alma del cristiano asciende racionalmente desde las criaturas hacia su Creador

Por ejemplo, vemos que el sol sigue un movimiento uniforme, pero eso no lo puede hacer el sol por sí mismo, sino que debe haber una ley universal que haga que eso sea posible, y esa ley ha tenido que ser creada por alguien, el cual sólo puede ser un ser superior: Dios. Y así concluimos que Dios es el regidor del cosmos, y eso nos ayuda a contemplarle. Como vemos, mediante este modo de conocimiento, el alma del cristiano asciende racionalmente desde las criaturas hacia su Creador.

En el esquema espiritual de Dionisio, la teología simbólica y la teología discursiva guían al alma hasta los umbrales de Dios, que está envuelto en una «nube» que nuestras facultades no son capaces de franquear. En efecto, siguiendo los ejemplos anteriores:

  • por medio de la contemplación de un árbol hemos descubierto simbólicamente que Dios es bello,
  • y por medio de la reflexión sobre el movimiento del sol hemos descubierto discursivamente que Dios es el regidor del cosmos.

Pero eso no nos permite «penetrar» en el misterio de Dios, pues Él no es ni meramente bello ni meramente regidor del universo, sino infinitamente más que eso.

Teología mística o cómo adentrarnos en el misterio de Dios, el camino apofático

Para penetrar esa nube de misterio necesitamos el tercer tipo de teología, la mística, pues ésta nos ayuda a superar todo lo que por medio de la teología simbólica y la teología discursiva atribuimos imperfectamente a Dios. Y superando esas imperfecciones podemos penetrar en la nube y, dentro de ella, podemos unirnos al Señor.

Se trata de un contacto experiencial con Dios que supera nuestras capacidades cognitivas y sensitivas. Siguiendo con los ejemplos anteriores:

  • hemos contemplado la belleza de Dios simbólicamente y hemos conocido racionalmente que es el regidor del universo,
  • pues la teología mística nos dice que Dios no es bello ni regidor, porque es mucho más que eso, es infinitamente superior a eso y, ante tal descubrimiento, nuestro espíritu entra dentro de la nube divina, y se entrega plenamente a la contemplación mística:

«Allí, sin pertenecerse a sí mismo ni a nadie, renunciando a todo conocimiento, queda unido por lo más noble de su ser con Aquel que es totalmente incognoscible. Por lo mismo que nada conoce, entiende sobre toda inteligencia» (Teología Mística, I, 1001 A).

Curiosamente, la teología mística no es propiamente un método de «conocimiento», pues tiene como fin la unión con Dios, no el conocimiento de Dios. De hecho, Dionisio afirma que si alguien cree comprender a Dios, no es a Dios a quien está comprendiendo, pues éste está sumido en la «nube».

Dionisio no sólo considera que en nuestro ascenso hacia Dios hay que superar lo tangible, sino también lo inteligible y todo cuanto pueda ser concebido por la mente humana. Dicho de otro modo: la mejor forma de acercarnos a Dios en nuestro interior es no intentar conocerle racionalmente o por medio de las sensaciones físicas, sino elevarnos por encima de ello para unirnos a Él sumidos en la nube y el silencio. Es el camino apofático. Así lo explica Dionisio al comienzo de su obra Teología mística:

«Esto te pido, Timoteo, amigo mío, entregado por completo a la contemplación mística. Renuncia a los sentidos, a las operaciones intelectuales, a todo lo sensible y a lo inteligible. Despójate de todas las cosas que son y aun de las que no son. Deja de lado tu entender y esfuérzate por subir lo más que puedas hasta unirte con Aquel que está más allá de todo ser y de todo saber. Porque por el libre, absoluto y puro apartamiento de ti mismo y de todas las cosas, arrojándolo todo y del todo, serás elevado espiritualmente hasta el divino Rayo de tinieblas de la divina Supraesencia» (I, 1000 A).

Siguiendo a los autores neoplatónicos, Dionisio considera que eso que nos eleva por encima de lo físico e intelectual es el eros, es decir, el amor. Sólo el amor nos permite introducirnos en el misterio divino y unirnos a Dios.

Y sabemos que dicho amor no es humano, sino divino, pues proviene del Espíritu Santo que habita en nuestro interior. Es decir, la teología mística es pasiva, ya que, desprendiéndonos de todo, debemos dejarnos elevar por el amor divino, el cual nos introduce en la «nube del no saber», es decir, en Dios.

Pues bien, la mística apofática de Dionisio ha influido enormemente en la historia de la espiritualidad, como iremos viendo en capítulos posteriores.

San Gregorio Magno y la contemplación en la acción

Nacido en Roma, san Gregorio Magno (540-604) destacaba por ser un hombre culto y con vocación contemplativa. Siendo joven ocupó el cargo de prefecto de Roma, pero pronto renunció a él y se hizo monje benedictino. Sin embargo, fue elegido Papa, lo que le forzó a vivir su vocación contemplativa en medio de su activa vida de pontífice.

Por ello, en sus escritos dio una gran importancia a saber conciliar la práctica de las buenas obras con el ejercicio de la contemplación, pudiendo ser considerado el primer autor que habla de cómo conjugar la contemplación y la acción.

Consideraba que el ejercicio de la lectio divina (que consta de: lectura, meditación, oración y contemplación) ha de conducirnos de nuevo al mundo, a fin de ejercer la predicación. Sin embargo, san Gregorio afirmaba que los santos «se apresuran constantemente a volver al seno de la contemplación, a fin de renovar en ella la llama de su fervor, una vez que han reali­zado ya las obras exteriores» (Moralia, 30, 2, 8).

¿Quién estableció los 7 pecados capitales?

Otro aporte de este Papa se refiere a los pecados capitales. Recordemos que Evagrio Póntico escribió sobre los «ocho demonios del monje». Bueno, pues esto lo plasmó Juan Casiano en sus escritos y de ahí pasó a san Gregorio, que adaptó los «ocho demonios del monje» a la espiritualidad del pueblo fiel, creando la conocida lista de los «siete pecados capitales»:

  • soberbia
  • ira
  • avaricia
  • envidia
  • lujuria
  • gula
  • pereza