Evagrio Póntico y los apotegmas del desierto

Evagrio Póntico destacó por sus enseñanzas sobre la vida espiritual. Su recopilación de apotegmas se considera una fuente de sabiduría en su época.


Hay magníficos escritos espirituales de los Padres de la Iglesia de esta época. Recordemos que hemos nombrado a los principales al hablar de los obispos.

¿Qué son los apotegmas?

También el monacato fue una importante fuente espiritual. Algunos monjes pusieron por escrito las enseñanzas de los padres espirituales y lo hicieron en forma de pequeños párrafos, llamados apotegmas. Estos fueron agrupados formando colecciones que han llegado hasta nuestros días.

La mayoría de los autores de los apotegmas son monjes, llamados Padres del desierto, aunque también hubo monjas: las Madres del desierto. Cabe destacar a san Macario el Grande (ca. 310-ca. 391) –uno de los primeros monjes en instalarse en el desierto de Escete, al norte de Egipto–, Evagrio Póntico (ca. 345-399), Paladio de Galacia (ca. 368-ca. 430) –autor de la Historia Lausiaca (420)–, abba Poimen o Pastor (ca. 340-ca. 450) –que aparece como autor, o citado, en más de 300 apotegmas– y la ya conocida santa Sinclética.

Los apotegmas de los Padres y Madres del desierto en algunas ocasiones intentan ser paradójicos o impactantes con el fin de incitarnos a una profunda meditación. Por ejemplo, dice santa Sinclética:

«A los que viven en comunidad, antepónganles la obediencia a la austeridad, pues la austeridad puede producir hipocresía, mientras que la obediencia conduce a la humildad» (PG 65, 425-428, apotegma 16).

Y dice Evagrio:

«Si tu hermano te exaspera, invítalo a tu casa y no dudes acercarte a él. Antes bien, come tu pan con él; obrando así, salvarás tu alma y no será para ti obstáculo en el momento de la oración» (A los monjes, c. 15).

Quién fue Evagrio Póntico y qué hizo

Evagrio Póntico confeccionó las primeras colecciones de apotegmas y lo hizo agrupándolos según su temática. Como indica su apellido, este monje nació en el Ponto (en la costa sur del Mar Negro), se formó teológicamente en Constantinopla y marchó a Jerusalén para ser monje. Allí, siendo acompañado espiritualmente por santa Melania la Vieja (ca. 323-410), tomó la decisión de ir a Egipto.

Tras pasar dos años de prueba en el desierto de Nitria (al sur de Alejandría), se estableció definitivamente en el desierto de Las Celdas (al sur de Nitria), donde estaba muy extendida entre los monjes la espiritualidad de Orígenes (ca. 185-254). Allí maduró como monje y escribió varias obras.

En su pensamiento espiritual y teológico, Evagrio tomó muchos elementos origenistas. Por ello, debido a que, tras su muerte, fue declarado erróneo parte del pensamiento de Orígenes, también fueron declarados erróneos los escritos del propio Evagrio. Actualmente se considera que, si bien es cierto que las obras teológicas de Evagrio están contaminadas de ciertos errores origenistas, sus escritos ascéticos son perfectamente válidos. Tanto es así, que la espiritualidad de este monje pasó a influir en muchos otros autores espirituales antiguos, aunque ninguno le cita por temor a ser condenado. Su pensamiento espiritual llegó a Occidente por medio de Juan Casiano (360-435), del que hablaremos en el próximo capítulo.

¿Cuáles son las principales aportaciones de Evagrio Póntico?

Evagrio tomó de Orígenes los tres grados de maduración espiritual: principiante, avanzado y perfecto, que están asociados respectivamente a tres etapas espirituales: práctica, física y teológica. Dentro de su obra, lo más importante son los escritos que tratan sobre cómo superar el grado espiritual de principiante, indicando con detalle cómo el monje ha de vencer los «demonios». Éstos son, de hecho, las tentaciones que tiene el monje, que son ocho y forman una cadena. Así lo explica el propio Evagrio:

«Ocho son, en suma, los pensamientos que engendran todo vicio: en ellos se contiene cualquier otro pensamiento: el primero es el de la gula, y tras él, el de la fornicación; el tercero es el de la avaricia; el cuarto el de la tristeza; el quinto el de la cólera; el sexto el de la acedia [que es el desconsuelo y desesperación que sufre el monje en la soledad de su celda]; el séptimo es el de la vanagloria y el octavo, el del orgullo. Ahora bien, que todos estos pensamientos turben el alma o no la turben, no depende de nosotros, pero que se detengan o no se detengan, o que exciten las pasiones o no las exciten, de nosotros depende» (Tratado práctico, c. 6).

Este autor también habla de una cadena de siete virtudes:

«La fe, oh hijos, la confirma el temor de Dios, y a éste a su vez, la templanza, y a la templanza la mantiene firme la perseverancia y la esperanza. Y de ambas nace la impasibilidad, de la que es descendiente la caridad».

Alcanzar esta última virtud marca el final de la etapa práctica, propia del principiante. Después, dentro del mismo apotegma, añade: «La caridad es puerta del conocimiento natural al cual suceden la teología y la beatitud final» (Tratado práctico, prólogo). El «conocimiento natural» consiste en contemplar a Dios en el mundo, que es propio de la etapa física, en la que están situados los avanzados. Pero cuando el monje adquiere la maduración espiritual del perfecto, se sitúa entonces en la etapa de la teología, es decir, del conocimiento inmediato de Dios con un corazón desnudo, y alcanza así la «beatitud final». Entonces el monje puede contemplar sin distracción a su amado Dios.