Espiritualidad barroca

El arte barroco y sus diferentes manifestaciones recibieron una gran influencia del Concilio de Trento debido a su contraposición con el protestantismo.


El arte barroco va de la mano de la espiritualidad católica en el siglo XVII debido a la influencia del Concilio de Trento que influyó en la liturgia, la piedad popular y las expresiones devocionales.

El culto a Jesucristo, a María y a los santos, junto con las controversias por la inculturación en China e India revelan la riqueza y complejidad de la espiritualidad de esta época.

¿Qué relación tiene el arte barroco con el Concilio de Trento?

El Concilio de Trento marcó las líneas fundamentales del arte barroco del siglo XVII. Así, si los protestantes dan prioridad a las Escrituras para relacionarse con Dios, el arte barroco prima la exaltación de los sentidos: del oído –con la música– y, sobre todo, de la vista –con la pintura, escultura y arquitectura–. Es un estilo muy ostentoso y grandioso que intenta mostrar al pueblo fiel la superioridad y esplendor de la fe católica. La piedad popular se hizo eco de ello sobre todo en las cofradías de Semana Santa, que confeccionaron maravillosos pasos procesionales en los que se mostraban físicamente al pueblo fiel los misterios de la Pasión del Señor.

Aunque el arte barroco dejó de ser el estilo predominante desde la primera mitad del siglo XVIII, la espiritualidad asociada a él siguió vigente a lo largo de este siglo, pero influenciada por la Ilustración. Y el Concilio de Trento siguió marcando la espiritualidad católica hasta el Concilio Vaticano II (1962-1965).

Liturgia y piedad popular

Dada la propaganda anticatólica que las Iglesias protestantes estaban difundiendo por Europa, el Concilio de Trento dio mucha importancia a la difusión de la doctrina católica, contrarrestando los elementos centrales de la espiritualidad protestante.

Como los protestantes negaban el poder intercesor de María y los santos, Trento les dio un lugar especial en la liturgia y en la piedad popular, recordando siempre que Cristo es el Hijo de Dios y el mediador ante Él. Y como los protestantes afirmaban que el creyente ha de relacionarse con Dios leyendo las Escrituras y prohibió las imágenes religiosas, sabemos que Trento le dio mucha importancia a la transmisión de la fe por medio de imágenes, desarrollando el Barroco, un estilo artístico de gran «exuberancia sensitiva», como ya hemos comentado.

¿Cómo se desarrolló la dualidad de culto entre el clero y el pueblo fiel?

Desgraciadamente, este Concilio generó una liturgia muy rígida, demasiado sujeta a las rúbricas –que determinan lo que ha de hacerse en cada instante de la celebración–, por lo que no podía ser adaptada a las diferentes circunstancias culturales.

La Eucaristía y los otros sacramentos se celebraban en todo el mundo exactamente igual y en latín. Sin embargo, el Concilio promovió mucho la piedad popular, y en esto sí fue flexible, con lo cual, ese fue el medio que encontraron los párrocos y los misioneros de acomodar la espiritualidad cristiana a la lengua, cultura y religiosidad del pueblo fiel. Ciertamente, la piedad popular ayudó a difundir por todo el mundo la fe católica, aunque en ocasiones se impregnó en exceso de antiguos elementos paganos.

Todo ello provocó una dualidad a la hora de celebrar comunitariamente la fe:

  • el clero, los religiosos y los laicos cultos o de clase alta, lo hacían en la celebración de la Eucaristía,
  • mientras que la mayor parte del pueblo, aunque también acudía a la Eucaristía, se implicaba mucho más en las expresiones populares de piedad como, por ejemplo, las procesiones y las romerías.

De esta forma, así como la Eucaristía se siguió celebrando igual hasta el Vaticano II, sin embargo la piedad popular se desarrolló enormemente. Un claro efecto lo tenemos en el extraordinario crecimiento que tuvieron las cofradías, que llegaron a contar con miles de cofrades y tenían una gran variedad de expresiones religiosas.

Pero esta dualidad de culto condujo a situaciones extrañas. Por ejemplo, el pueblo fiel asistía a la Eucaristía para cumplir con el precepto de «oír Misa todos los domingos y fiestas de guardar», pero no comulgaba, pues los requisitos para hacerlo resultaban excesivos: ayuno eucarístico, confesión, etc. Y como la Iglesia obligaba a comulgar en Tiempo de Pascua, se extendió la costumbre de comulgar sólo una vez al año y en esa época: es la llamada «comunión pascual».

La piedad popular ayudó a difundir la fe católica por todo el mundo

Otro ejemplo: durante la Eucaristía –que el sacerdote celebraba en latín y de espaldas al pueblo, mostrando así que, unido a él, mira hacia Cristo– la gente estaba ocupada en ejercicios piadosos y devociones particulares, como el rezo del Rosario o el culto a los santos de las capillas laterales. Asimismo, en ciertas ocasiones se llegó a fomentar una excesiva devoción al santo o a la Virgen del pueblo, en detrimento del culto a Jesús.

Por desgracia, llegado el siglo XVIII, la Ilustración acentuó aún más la dualidad de culto. Así, la pequeña parte de la Iglesia que estaba bien formada e instruida, inspirada por la Ilustración, apoyó la buena y pura liturgia, y publicó tratados de espiritualidad que instruían teológicamente sobre este tema. Pero esa otra gran parte del pueblo fiel que permanecía en la ignorancia siguió con sus devociones populares, contrarrestando, en cierto modo, los excesos racionalistas de la Ilustración.

La polémica de los ritos chinos y malabares

Con motivo de la inculturación de la espiritualidad y la liturgia católicas en los nuevos pueblos evangelizados, se produjo una desgraciada polémica en China y la India.

Cuando los misioneros jesuitas llegaron a estas regiones en el siglo XVI, se toparon con una gran distancia cultural y religiosa respecto a Europa. Además, a diferencia de lo que ocurría en América y Filipinas, no se trataba de zonas colonizadas por europeos católicos, lo que a ellos les hubiera dado bastante autoridad, sino que allí eran simples y desprotegidos extranjeros.

Así, al llegar a Extremo Oriente, los misioneros jesuitas hicieron un respetuoso esfuerzo de inculturación, de tal forma que adoptaron vestimentas propias de aquellas regiones e introdujeron importantes cambios en las prácticas rituales cristianas. De este modo, por ejemplo, pasaron a referirse a Dios con nombres sacados de libros sagrados de aquellas culturas, en China admitieron que se venerase a los antepasados difuntos y a Confucio como maestro –veneración que no era en sí religiosa sino un signo de respeto y admiración–, eliminaron los ritos cristianos que allí resultaban demasiado extraños, como el uso de saliva en el bautismo, y dispensaron del cumplimiento de algunas leyes canónicas de difícil cumplimiento. Gracias a eso los misioneros jesuitas tuvieron un gran éxito evangelizador.

Pero después llegaron a China misioneros religiosos de otras Órdenes, que consideraron excesiva aquella inculturación. Por ello, los dominicos hicieron llegar a la Santa Sede su protesta, lo cual originó una larga polémica que finalizó a mediados del siglo XVIII cuando el Papa Benedicto XIV (1675-1758) decidió en 1744 prohibir en todo el mundo todo aquello que no se ciñese a lo establecido en las normas de la liturgia católica.

¿Cómo se vivió la devoción a Jesús y al Santísimo Sacramento?

Abundaban en esta época las devociones a Jesús. Cabe destacar la proliferación de los Viacrucis, el fervor por la infancia de Jesús y el resurgimiento de la devoción al Sagrado Corazón, de origen medieval, y que tanto influyó en la espiritualidad de los siglos XIX y XX. Pero sobre todo crecieron las expresiones populares en torno a la Pasión del Señor en Semana Santa.

Asimismo, tomó mucha fuerza el culto al Santísimo Sacramento. Por ello el sagrario era siempre emplazado en el centro del retablo, sobre el altar, y se hacían expositores para mostrar públicamente el Santísimo. Esto hizo que se confeccionasen custodias, a veces muy grandes y suntuosas, con las que se sacaba en procesión al Santísimo para que la gente le rindiese culto por las calles del pueblo o la ciudad.

Destacaba por su espectacularidad litúrgica la procesión del Corpus Christi. Era –y en algunos lugares aun lo sigue siendo– un gran acto de devoción colectiva que reforzaba enormemente la fe del pueblo. También se celebraban autos sacramentales, que consistían en breves composiciones dramáticas cuyo fin era enaltecer el sacramento de la Eucaristía.

¿Qué papel desempeñó el culto a María y a los Santos?

Dado que los protestantes negaban el poder intercesor de María, la Iglesia potenció mucho el culto mariano y exaltó la figura de María bajo dos advocaciones: la Asunción a los Cielos y la Inmaculada Concepción. Sobre todo esta última, de tal forma que grandes instituciones civiles y religiosas se volcaron en defender este especial privilegio de María.

El resultado es que en 1644 fue aprobada la festividad de la Inmaculada para España, y se extendió a la Iglesia universal en 1708. Pues bien, ambas advocaciones tuvieron su definición dogmática: en 1854 el Papa beato Pío IX (1792-1878) declaró el dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María y en 1950 Pío XII (1876-1958) hizo lo propio con la Asunción de María en cuerpo y alma al Cielo.

¿Cómo se desarrolló el rezo del Rosario?

En este tiempo también se potenció el rezo del Rosario. Después del Concilio de Trento, el Papa san Pío V (1504-1572), además de fijar la liturgia, lo mismo hizo con la letanía a la Virgen y el rezo del Rosario. Esta oración fue muy difundida por los dominicos y otros muchos sacerdotes y predicadores, pasando a ser la oración mariana más popular.

En ello jugó un papel muy importante la crucial batalla de Lepanto (1571) –en la que la armada cristiana venció a la turca–, pues san Pío V pidió a la Iglesia que, por medio del rezo del Rosario, rogara a María que intercediera ante su Hijo para que ayudase a la Cristiandad ante tan grave trance. Dos años después, el Papa Gregorio XIII (1502-1585) instituyó la fiesta de la Virgen del Rosario el primer domingo de octubre, y posteriormente pasó al 7 de octubre, día de la batalla de Lepanto.

¿Cuál fue el impacto de las canonizaciones?

El culto al «santo del pueblo» siguió siendo muy importante. Además, la Iglesia celebraba en esta época muchas canonizaciones para mostrar a sus fieles la grandeza y autenticidad de la fe católica. Pero las autoridades eclesiales se vieron obligadas a controlar de cerca el culto y devociones a los santos para evitar errores dogmáticos, pues con cierta facilidad éstos podían – y pueden– caer en la superstición o la idolatría.

Así, Próspero Lambertini (1675-1758) –que más tarde fue el Papa Benedicto XIV puso las bases de lo que es el «modelo de santidad», rebajando la importancia de los fenómenos milagrosos y subrayando las virtudes heroicas. Esto ayudó mucho al pueblo fiel, pues su formación espiritual se basaba en gran medida en las vidas de santos que escuchaban en las casas e iglesias.